El Pan que Sacia lo Profundo

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

El Pan que Sacia lo Profundo

2025-05-07 Pan de Vida 0

Lectura del santo evangelio según san Juan (6,35-40):

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed; pero, como os he dicho, me habéis visto y no creéis. Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré afuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Ésta es la voluntad del que me ha enviado: que no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.»

Palabra del Señor.

Yo soy el pan de vida:

La vida tiene momentos de abundancia y también de sequía. Hay días en los que sentimos que todo fluye, y otros en los que el alma se sienta como al borde del desierto. En ese escenario humano, tan común y tan real, llega la promesa de Jesús: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. No está hablando solo de pan físico, sino de ese alimento que sostiene el alma cuando las fuerzas escasean. Es fácil olvidar que necesitamos nutrirnos también por dentro, que no solo el cuerpo pide pan, sino también el corazón, la fe y la esperanza.

La cotidianidad también es tierra sagrada:

En la rutina del trabajo, de la familia, del compromiso parroquial, muchas veces buscamos respuestas rápidas, soluciones prácticas. Pero este Evangelio nos recuerda que la verdadera respuesta está en el encuentro con Jesús. No hace falta buscarlo en experiencias extraordinarias. Está en lo sencillo: en el abrazo de un hermano, en el servicio generoso, en el tiempo compartido sin apuro. Él es ese pan que nos sacia cuando estamos agotados y ese vino que alegra nuestra alma en la comunidad. Lo importante no es cuánto hacemos, sino si lo hacemos con hambre de Dios o no.

No hay pérdida cuando confiamos:

Jesús dice que el que viene a Él no será echado fuera, que no perderá a ninguno de los que el Padre le ha dado. Esta es una promesa que debemos tomar en serio. Cuántas veces hemos sentido que fracasamos: en una relación, en una actividad pastoral, en una misión. Pero el amor de Dios no es una ecuación de éxito o fracaso. Su fidelidad no depende de nuestra perfección, sino de nuestra apertura. Incluso cuando algo no resulta como esperábamos, nada está perdido si hemos actuado con amor y desde el Evangelio. Él lo recoge todo, incluso lo que creemos inútil.

La voluntad del Padre es vida:

Jesús nos recuerda que ha bajado del cielo no para hacer su voluntad, sino la del Padre, y que esa voluntad es que todos tengamos vida eterna. No se trata de una vida futura solamente, sino de una vida que comienza ya, aquí. Cuando colaboramos en comunidad, cuando nos hacemos cargo del otro, cuando damos un paso hacia el que sufre, estamos participando de esa voluntad. Y esa participación no es opcional para quien ha probado el pan del cielo. Al contrario, se vuelve urgente, necesaria, una especie de impulso que no nos deja quedarnos tranquilos.

Creer no es entender, es confiar:

A veces complicamos el mensaje de Jesús pensando que hay que comprenderlo todo. Pero Él no pidió comprensión, pidió fe. “El que cree en mí tiene vida eterna”, dice. No habla de creer como una teoría o una emoción, sino como una relación viva. Creer es entregarse, es dejarse moldear. Y esa fe se fortalece en comunidad: en la parroquia, en los grupos de oración, en los movimientos apostólicos. En esos espacios se comparte el pan de la Palabra y el pan del servicio, y ambos alimentan el alma de manera real.

Meditación Diaria: Este Evangelio nos invita a mirar a Jesús como ese alimento que no falla, ese pan que sacia las hambres más profundas. No es un pan que se compra ni que se acumula, sino uno que se recibe y se comparte. Nuestra vida parroquial y comunitaria cobra sentido cuando vivimos desde esa lógica: recibir para dar, nutrirnos para sostener. Que hoy sea un día para acercarnos con sinceridad a Jesús, decirle nuestras hambres, y confiar en que Él no nos dejará con las manos vacías. Su promesa es clara: quien viene a Él no será echado fuera. Que esta seguridad nos impulse a vivir y servir con alegría.