El Evangelio del servicio silencioso

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

El Evangelio del servicio silencioso

2025-05-15 Amor y humildad 0

Lectura del santo evangelio según san Juan (13,16-20):

Cuando Jesús terminó de lavar los pies a sus discípulos les dijo:
«En verdad, en verdad os digo: el criado no es más que su amo, ni el enviado es más que el que lo envía. Puesto que sabéis esto, dichosos vosotros si lo ponéis en práctica. No lo digo por todos vosotros; yo sé bien a quiénes he elegido, pero tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis que yo soy.
En verdad, en verdad os digo: el que recibe a quien yo envíe me recibe a mí; y el que me recibe a mí recibe al que me ha enviado».

Palabra del Señor.

El Maestro se hace siervo:

El gesto de Jesús lavando los pies de sus discípulos no fue un símbolo vacío. Fue una enseñanza viva. En aquel tiempo, el maestro no se rebajaba al lugar del servidor. Pero Jesús no pensaba como los hombres. Él sabía que el verdadero poder no está en mandar, sino en servir. ¿Cuántas veces, en nuestra comunidad, pensamos que los cargos o responsabilidades nos colocan por encima de los demás? Esta escena del Evangelio corta de raíz esa ilusión. Nos recuerda que, si el mismo Hijo de Dios se arrodilló ante los suyos, nosotros no podemos mirar a nadie por encima del hombro.

Ser enviados con dignidad y humildad:

“No es el siervo más que su señor”, dice Jesús. Palabras claras. Si Jesús vivió en humildad, nosotros no podemos buscar reconocimientos ni aplausos. Quien es enviado en nombre de Jesús lleva consigo una doble responsabilidad: actuar con fidelidad y no desviar el mensaje. En la parroquia, en un grupo de oración o en una actividad misionera, estamos llamados a ser reflejo de aquel que nos envía, no protagonistas de una obra personal. Hay que mirar siempre al origen de nuestra vocación: el Evangelio y la entrega silenciosa.

Reconocer al que viene en su nombre:

Jesús añade algo fuerte: “El que recibe al que yo envío, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió”. Es una cadena de confianza. Cuando alguien se acerca a nosotros buscando consuelo, orientación o simplemente una escucha, es Jesús quien se acerca. Pero también nosotros, al ser recibidos con cariño en una casa, en una comunidad o en una misión, llevamos con nosotros al mismo Jesús. Esto no es motivo de vanidad, sino una invitación a la coherencia. ¿Estamos siendo fiel reflejo del Maestro que servimos?

El amor se mide en lo cotidiano:

A veces creemos que servir a Jesús implica grandes sacrificios o gestos heroicos. Pero el Evangelio de hoy habla de un acto simple: lavar los pies. Un gesto humilde, casi doméstico. Y sin embargo, en esa acción está contenida toda la lógica del Reino. El amor se mide en lo pequeño: un café ofrecido, una visita inesperada, un silencio respetuoso, una llamada a quien sufre. En las parroquias, estos gestos construyen el verdadero tejido de la comunidad. En los movimientos apostólicos, estas actitudes garantizan que no perdamos de vista lo esencial.

La traición y el amor perseverante:

Jesús sabía que uno de los suyos lo iba a entregar. Aun así, le lavó los pies. No dejó que la traición lo llenara de amargura. Siguió amando. Este detalle nos interpela profundamente. Porque todos, en algún momento, hemos sido heridos en nuestras tareas pastorales o comunitarias. ¿Cómo respondemos? ¿Con venganza, con murmuración, con indiferencia? O, como Jesús, ¿seguimos sirviendo, confiando, amando hasta el final?

Meditación Diaria: El Evangelio de hoy nos ofrece una lección profunda, pero al mismo tiempo sencilla: servir con alegría, sin esperar reconocimiento. Jesús nos enseña que la grandeza se esconde en la humildad y que el verdadero discípulo es aquel que sigue sus pasos con amor. En nuestra vida diaria, esta enseñanza se traduce en gestos concretos: escuchar al otro, compartir lo que tenemos, perdonar sin condiciones. En la parroquia y en los movimientos apostólicos, es esencial recordar que no estamos aquí para lucirnos, sino para entregar lo mejor de nosotros, al estilo del Maestro. Cada día es una oportunidad para volver al Evangelio, no como un texto viejo, sino como una guía viva que nos impulsa a amar más y a servir mejor. Que hoy podamos mirar a los ojos a nuestros hermanos y reconocer en ellos la presencia del mismo Jesús que se inclinó para lavar los pies de los suyos.