Amar sin condiciones: un reto diario

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

Amar sin condiciones: un reto diario

2025-06-17 Oración y Perdón 0

Lectura del santo evangelio según san Mateo (5,43-48):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.»

Palabra del Señor.

Amar a los que no nos aman:

En el Evangelio de hoy, Jesús nos invita a algo que parece casi imposible: amar a nuestros enemigos y orar por quienes nos persiguen. No es un discurso bonito para la teoría; es un mandato que, vivido de verdad, transforma corazones, familias y comunidades enteras. Todos tenemos alguien con quien nos cuesta ser amables: un vecino ruidoso, un compañero que siempre contradice, o un pariente que critica sin parar. Ahí, justo ahí, comienza el amor verdadero, el que no depende de simpatías.

Parecerse al Padre:

Jesús dice claramente que debemos ser perfectos como el Padre es perfecto. Esta perfección no se logra sabiendo más que nadie o cumpliendo normas de forma mecánica. La perfección a la que apunta es la de un corazón grande, capaz de dar sin esperar a cambio. Dios hace salir el sol para buenos y malos, envía la lluvia para justos e injustos; así deberíamos obrar nosotros. En la parroquia, en la familia o en un grupo apostólico, no falta quien nos saque de quicio. Esa es la oportunidad de ser reflejo del amor de Dios.

Orar por quienes hieren:

Hablar de oración suena sencillo, pero orar por alguien que nos hiere raspa el orgullo. Es un ejercicio que empieza costando, pero poco a poco libera. La oración limpia rencores y sana heridas que las palabras no alcanzan a curar. ¿Qué pasaría si, en lugar de desearle el mal a esa persona complicada, la presentamos cada noche ante Jesús? Tal vez nunca cambie, pero algo sí cambia dentro de uno: la paz de saberse en manos de Dios.

Ejemplos cotidianos:

Un catequista que se queja constantemente, un líder que a veces impone su forma de ver las cosas, un feligrés que murmura detrás de uno… todos son parte de nuestra historia. El evangelio no pide que permitamos abusos, sino que respondamos con mansedumbre y verdad. Hablar claro cuando hace falta, pero sin odiar. Corregir con cariño. Callar cuando es mejor no discutir. Así se construye una comunidad viva y confiable.

Ser sal y luz en silencio:

No hace falta pregonar que se está amando a los enemigos. Se nota cuando un corazón se abre al perdón. La mirada, la forma de saludar, la disposición a ayudar: todo cambia. Y ese testimonio arrastra. En un movimiento apostólico, esto es clave. A veces los proyectos se frenan por envidias o rivalidades ocultas. Una actitud pacífica y generosa reordena la casa sin mucho ruido.

Meditación Diaria: Hoy Jesús nos muestra que amar a los amigos no es gran cosa; cualquiera lo hace. Lo verdaderamente grande es no dejarse vencer por la amargura y la revancha. Que nuestra oración de hoy se centre en pedir un corazón manso, dispuesto a perdonar sin llevar cuentas. Imaginemos la paz que brotaría en nuestros grupos, familias y barrios si cada uno decidiera dar un paso hacia la reconciliación. No miremos tanto lo que nos hacen, miremos más lo que Jesús nos propone. Que esta jornada sea una ocasión para practicar la paciencia, dar una sonrisa aunque no nazca sola, y poner en manos de Dios a quienes más nos cuestan. Así, sin gritos ni medallas, seremos testigos vivos de un amor que no tiene fronteras.