Multiplicar con el corazón abierto

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

Multiplicar con el corazón abierto

2025-06-22 Solidaridad y fe 0

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,11b-17):

En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.

Palabra del Señor.

Un pueblo hambriento:

El evangelio según san Lucas (9,11b-17) nos lleva a imaginar a un gentío siguiendo a Jesús hasta perder la noción del hambre física. No porque sus estómagos no rugieran, sino porque la sed de escuchar su palabra calmaba otras urgencias. ¿Cuántas veces, en nuestra comunidad, nos quedamos esperando que alguien nos resuelva la escasez sin darnos cuenta de que Jesús está ya en medio de nosotros, dispuesto a multiplicar lo poco que traemos?

La lógica de lo poco que alcanza:

Los discípulos, buenos organizadores, querían despedir a la multitud para que fueran a buscar alimento. Ellos miraron su despensa y solo contaron cinco panes y dos pescados. A veces nos pasa igual: contamos solo lo que tenemos, sin atrevernos a mirar cómo lo puede usar Jesús. En el trabajo parroquial, en el grupo de oración, en la familia, siempre existe la tentación de rendirse ante lo limitado.

Un mandamiento escondido:

“Denles ustedes de comer”. Esa frase corta fue una orden que Jesús soltó sin rodeos. No les preguntó si sabían multiplicar peces, no les pidió un presupuesto: les pidió fe. Esta orden resuena hoy en quienes organizan comedores parroquiales, quienes visitan hogares con víveres o quienes reparten consuelo a quien lo necesita. No podemos pasar de largo ante el hambre ajena —sea de pan o de ternura— cuando hemos oído esta instrucción tan clara.

La bendición parte lo que se multiplica:

Jesús toma el pan, alza la mirada, pronuncia la bendición y parte. El gesto de partir se convierte en semilla de abundancia. Hoy, cuando bendecimos nuestros alimentos, a veces lo hacemos mecánicamente. Pero bendecir es abrir la puerta a que Dios haga de lo sencillo algo inmenso. Un saludo, una visita, un mensaje a quien está solo… parten el pan de la rutina y lo convierten en mesa para todos.

Un milagro que pide manos y corazón:

Nada se hubiese multiplicado si los discípulos no hubiesen obedecido. La gracia de Jesús no es espectáculo: pide colaboración humana. Así es en la parroquia cuando armamos una olla común, un retiro o una colecta: Jesús siempre pone lo suyo, pero espera manos dispuestas a repartir y corazones dispuestos a confiar. El milagro sucede cuando dejamos de proteger lo poco que tenemos y lo ofrecemos.

Meditación Diaria: Hoy volvemos a escuchar que Jesús no solo alimenta multitudes con pan, sino que enseña a mirar con ojos nuevos. La verdadera saciedad no viene solo de lo que entra por la boca, sino de la generosidad compartida. En casa, en el trabajo y en cada rincón de la comunidad, podemos ser pan partido para otros: un abrazo, una palabra amable, una disculpa que sana. Que esta jornada nos encuentre atentos al hambre que rodea nuestra mesa, para que, en lugar de guardarnos, nos atrevamos a dar. Jesús sigue haciendo el milagro, pero necesita nuestras manos. Que no falte hoy la bendición ni la fe para repartirla.