Permanecer en Jesús el arte de dar fruto sin desgastarse

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

Permanecer en Jesús el arte de dar fruto sin desgastarse

2025-07-23 Vida comunitaria cristiana 0

Lectura del santo evangelio según san Juan (15,1-8):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Palabra del Señor.

Permanecer no es quedarse quieto:

Cuando Jesús habla de “permanecer” en Él, no nos está invitando a una quietud cómoda, sino a una unión viva. Es como quien cuida un árbol frutal: hay que estar pendiente del agua, de la poda, del abono… Así también nuestra fe, si no se alimenta, si no se cultiva, se seca. En las parroquias, esto se nota cuando hay personas que pasan años viniendo a misa pero su vida no da frutos: ni paciencia, ni perdón, ni alegría compartida. Permanecer en Jesús implica moverse con Él. No es estar por estar, sino vivir unidos a su corazón, como rama al tronco.

Sin raíces en Él, todo esfuerzo se seca:

A veces creemos que con activismo basta: organizamos retiros, repartimos ayudas, decoramos el templo, hacemos planes pastorales. Pero si el alma no está injertada en Jesús, todo se convierte en ruido sin eco. No es que esos trabajos sean malos, al contrario; lo que ocurre es que, sin oración ni escucha, se convierten en simples rutinas. El Evangelio nos recuerda que fuera de Él, nada podemos hacer. Cuántos movimientos apostólicos han comenzado con fuego y se apagan porque se olvidaron de volver a la vid.

Poda que duele, poda que sana:

A nadie le gusta que le corten una rama, ni siquiera a la planta. Sin embargo, Jesús nos dice que el Padre poda lo que da fruto para que dé más. En nuestra vida comunitaria, esto significa dejar de lado caprichos, protagonismos, costumbres que ya no sirven. En una comunidad parroquial esto se nota cuando cambiamos una dinámica para abrir espacio a otros, o cuando dejamos un ministerio porque es tiempo de otro servicio. Cuesta, pero da vida. Porque no se trata de lucir ramas verdes, sino de dar uvas sabrosas.

El fruto más visible es la caridad:

Una vid sana no necesita gritar que es fértil; sus racimos lo dicen todo. Así también, un cristiano que permanece en Jesús se le nota en cómo trata a los demás. Si en nuestra comunidad hay divisiones, quejas constantes, chismes o indiferencia, quizás la rama se esté separando del tronco. El fruto que más habla es la caridad sencilla: una visita a un enfermo, un saludo con ternura, una llamada a quien se alejó. Todo eso es “dar fruto en abundancia”.

En Él, hasta lo pequeño florece:

El consuelo más hermoso de este pasaje es que no se nos exige ser extraordinarios, sino estar unidos. No todos en la parroquia serán predicadores o líderes visibles, pero todos, si están en Jesús, pueden dar fruto. Desde el que barre el templo con amor, hasta el que ora silenciosamente por la comunidad, todos somos ramas vivas cuando estamos conectados a Él. Y en esa unión, incluso el gesto más sencillo tiene peso eterno.

Meditación Diaria: Hoy Jesús nos recuerda que no basta con “parecer” creyentes; se trata de permanecer en Él. Como las ramas que viven gracias al tronco, así también nosotros debemos alimentarnos de su Palabra, de la Eucaristía, del silencio orante. Las comunidades que florecen no son las más activas, sino las que tienen raíces profundas. Y cuando el Padre poda, no lo hace por castigo, sino porque sabe que ese corte traerá nueva vida. Hoy es buen momento para revisar si nuestras obras, nuestros grupos y nuestras relaciones tienen sabor a uva madura… o si estamos secos por dentro. Pero no hay condena: hay invitación. Volver a Jesús es reconectar la savia. Y al hacerlo, la alegría brota sola, sin forzarla.