¿Estás escuchando de verdad a Jesús?

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

¿Estás escuchando de verdad a Jesús?

2025-07-24 Discernimiento Cristiano 0

Lectura del santo evangelio según san Mateo (13,10-17):

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: «¿Por qué les hablas en parábolas?»
Él les contestó: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: «Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.» ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.»

Palabra del Señor.

Ver sin ver, oír sin entender:

Hay momentos en los que uno se sienta en la misa, escucha la lectura del Evangelio y, aunque las palabras entran por los oídos, no logran mover el corazón. ¿Te ha pasado? No es que falte fe, sino que hay demasiadas distracciones, demasiadas voces, tanto ruido por dentro como por fuera. Jesús, al hablar en parábolas, no lo hacía para esconderse, sino para atraer a quienes realmente quisieran comprender. No era un acertijo para eruditos, sino un llamado a mirar con el alma.

En la vida parroquial, esto se ve clarito: hay quienes pasan por la iglesia cada domingo, pero no se detienen a mirar al que llora en la banca de atrás. Hay quienes escuchan cada lectura, pero no permiten que esas palabras les remuevan las entrañas. El Evangelio de hoy nos recuerda que no basta con estar presentes. Se trata de estar atentos. Con los ojos del corazón abiertos.

El don de entender desde el amor:

Jesús no fue exclusivo. Más bien, Él hablaba para todos. Pero solo algunos se abrían a su mensaje. No porque tuvieran un “don especial”, sino porque tenían hambre de verdad. Porque, como sucede en nuestras comunidades, hay quienes se acercan con humildad y otros con el deseo de justificar lo que ya creen. Jesús se revelaba a los sencillos, a los que no llegaban con un manual bajo el brazo, sino con el alma desnuda.

Esto lo vemos en los grupos apostólicos, cuando algunos descubren en una oración compartida o en una visita al enfermo, una luz nueva. Y otros, aun presentes en la misma reunión, salen sin haber entendido nada. El misterio del Reino no se impone. Se ofrece. Como un pan partido en la mesa. Solo quien tiene hambre lo saborea de verdad.

Escuchar con compromiso:

El problema no es no entender, sino no querer entender. Jesús lo dice con claridad: hay corazones que se han endurecido, ojos que se niegan a ver, oídos que no quieren escuchar. No es cuestión de capacidad intelectual, sino de actitud interior. Por eso, en nuestro trabajo comunitario, no basta con repetir lo aprendido. Hay que estar atentos a los signos, a las señales pequeñas, a las heridas escondidas en los demás.

En cada pastoral, en cada grupo de oración o catequesis, esta palabra es actual: ¿estamos realmente escuchando al otro? ¿O solo estamos esperando nuestro turno para hablar? El Reino de Dios crece donde hay tierra buena. Y tierra buena es un corazón dispuesto, que acoge, que no teme ser removido.

Una bendición que exige respuesta:

“A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del Reino…” dice Jesús. No lo dice con tono triunfalista, sino como quien entrega una responsabilidad. Saber algo del Reino —aunque sea un poquito— nos vuelve responsables de compartirlo. No con discursos elaborados, sino con gestos que hablen. La fe no se presume. Se vive.

Eso lo vemos en quienes colaboran silenciosamente en la parroquia: el que barre después de la misa, la que prepara el café para el grupo de oración, la que visita al enfermo sin que nadie se lo pida. Ellos han comprendido el misterio. Y su vida se vuelve parábola viva. Esos son los bienaventurados que, sin saberlo, ya están viendo con claridad lo que otros ni sospechan.

Ojos que se abren con el servicio:

En nuestras comunidades, a veces se cree que el que más sabe es el que más habla. Pero el Evangelio de hoy nos sacude: el que verdaderamente entiende, actúa. Quien ve, se mueve. Quien escucha, se entrega. La fe madura no es la que acumula conocimientos, sino la que transforma el modo en que miramos y tratamos a los demás.

Y sí, a veces cuesta. Porque ver de verdad implica exponerse. Escuchar de verdad implica dejar que el otro nos toque. Pero es ahí donde el Reino se hace presente. No en teorías, sino en el encuentro. No en la cátedra, sino en la calle.

Meditación Diaria: La enseñanza de hoy nos invita a revisar desde qué lugar escuchamos a Jesús. ¿Lo oímos solo con los oídos, o también con el corazón? Su palabra no se esconde, pero requiere apertura, humildad y deseo de conversión. En la vida parroquial y en los grupos de apostolado, es fácil caer en la rutina y perder la frescura del mensaje. Hoy se nos recuerda que la fe es un don, pero también una tarea: la de cultivar un corazón que no se cierre, unos ojos que sepan ver al necesitado y unos oídos atentos a lo que no se dice con palabras. Vivamos esta jornada con la esperanza de que, al abrirnos de verdad, el Reino se hará presente en lo cotidiano, como una semilla que crece en silencio, pero con fuerza.