¿De qué sirve guardar tanto si el alma está vacía?

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

¿De qué sirve guardar tanto si el alma está vacía?

2025-08-03 Codicia y generosidad 0

Lectura del santo evangelio según san Lucas (12,13-21):

En aquel tiempo, dijo uno de entre la gente a Jesús:
«Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia».
Él le dijo:
«Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?».
Y les dijo:
«Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».
Y les propuso una parábola:
«Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose:
“¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo:
“Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”.
Pero Dios le dijo:
“Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”.
Así es el que atesora para SÍ y no es rico ante Dios».

Palabra del Señor.

Cuando lo nuestro se vuelve trampa:

En la cotidianidad de nuestras parroquias, no faltan las conversaciones que comienzan así: “Padre, ¿usted cree que está bien si…?” Y en más de una ocasión, la preocupación no gira en torno al alma, sino a lo que poseemos, lo que creemos que merecemos o lo que no queremos perder. Este Evangelio nos lanza una advertencia urgente pero también profundamente liberadora: no confundamos la abundancia con la plenitud.

El hombre de la parábola no es malvado. No roba, no miente, ni siquiera desprecia a nadie. Solo acumula. Planea, construye, calcula… y olvida lo esencial: que su vida no le pertenece.

La trampa de la autosuficiencia:

A veces, en los grupos pastorales o en nuestras propias casas, nos deslizamos por ese mismo camino. Queremos tener todo bajo control: presupuestos, horarios, resultados. Y sin darnos cuenta, dejamos que el Evangelio se quede a la intemperie, como si fuera algo que se consulta solo los domingos o cuando hay retiros.

Jesús, sin rodeos, nos recuerda que quien vive para sí, termina vacío aunque tenga los graneros llenos. La autosuficiencia no es virtud cuando excluye la dependencia amorosa de Dios y la solidaridad con los demás.

Lo que no cabe en ningún granero:

¿Qué hacemos con nuestras habilidades, dones, tiempo, hasta con nuestros ahorros? ¿Son herramientas de servicio o escudos de aislamiento? En una comunidad viva, en una parroquia que se mueve, todo se comparte: desde el café caliente después de misa hasta el tiempo de los que visitan enfermos, organizan catequesis o preparan la liturgia.

En los movimientos apostólicos se ve con claridad: el que sirve por vanagloria no dura. El que lo da todo sin calcular, cosecha comunidad. Porque lo que no cabe en los graneros—la entrega, el perdón, la fe viva—eso sí que cuenta en el Reino.

Lo que Jesús calla… y lo que señala:

Llama la atención que Jesús no resuelve el pleito de la herencia. No entra en detalles legales. En vez de eso, va directo al corazón del asunto: ¿qué te está quitando la paz?, ¿por qué crees que tener más resolverá lo que sientes dentro?

Jesús no propone miseria ni conformismo. Propone libertad. Esa que nace cuando uno vive con las manos abiertas y el corazón disponible. Cuando las decisiones se toman a la luz del Evangelio y no del miedo a perder lo que se ha acumulado.

Vivir rico ante Dios:

Ser rico ante Dios no es una metáfora espiritual abstracta. Se nota. Se ve en el rostro de quien sirve sin esperar aplausos, en la generosidad del que dona sin hacerlo público, en la alegría del que sabe que la vida se mide por lo que se entrega, no por lo que se posee.

En nuestra comunidad hay muchas riquezas escondidas: en la abuela que aún reza por sus nietos, en el joven que lucha contra la indiferencia, en la familia que comparte lo poco. Esa riqueza es la que vale. Esa, y no otra, es la que Jesús señala con ternura.


Meditación Diaria: Ser rico ante Dios no depende del saldo en el banco ni de la cantidad de cosas que uno pueda acumular. Esta parábola nos recuerda que lo verdaderamente valioso es lo que damos, no lo que guardamos. En nuestra vida comunitaria y parroquial, tenemos incontables oportunidades de ofrecer tiempo, consuelo, escucha, alegría. Jesús nos enseña que la riqueza que no se comparte se pudre, pero la que se entrega se multiplica. Hoy, miremos nuestros propios graneros interiores: ¿Qué hay allí que puede alimentar a otros? ¿Qué estamos guardando que ya debería estar sembrado en el corazón de alguien más?