Jesús y los niños: una lección para los grandes

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Jesús y los niños: una lección para los grandes

2025-08-16 Jesús y los niños 0

Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,13-15):

En aquel tiempo, le acercaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y rezara por ellos, pero los discípulos los regañaban. Jesús dijo: «Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos.» Les impuso las manos y se marchó de allí.

Palabra del Señor.

Lo que pasa cuando olvidamos mirar como niños:

En la vida parroquial, entre juntas, horarios, reuniones y planillas, hay una tentación silenciosa: creer que la fe se vuelve más auténtica mientras más complicada es. Pero el Evangelio de hoy nos desarma con una escena sencilla. Jesús recibe a unos niños. No pide credenciales, ni confiesa a sus padres, ni les pide el número de la diócesis. Los acoge. Punto.

¿Cuántas veces, por exceso de celo o por miedo al desorden, hemos puesto filtros a quienes se acercan? A veces, sin darnos cuenta, nuestros movimientos apostólicos se llenan de condiciones para pertenecer, como si el Reino se construyera con méritos humanos. Pero Jesús, una vez más, interrumpe esa lógica.

Jesús no les pidió madurez espiritual:

En nuestras comunidades hay catequistas que siguen sembrando con fidelidad. Hay señoras que limpian el templo en silencio. Hay jóvenes que no entienden del todo el dogma, pero tienen un corazón ardiente por el servicio. Son ellos, los pequeños del Reino, los que no hacen alarde de nada, pero viven con la sencillez de los niños.

Jesús no dijo “porque ellos son inocentes” o “porque son buenos”, sino: “de los que son como ellos es el Reino”. Es decir, de los que se atreven a confiar. De los que no complican las cosas. De los que corren cuando lo ven. Y lo abrazan sin pedirle explicación.

En la parroquia también hay espacio para jugar:

Recuerdo una escena hermosa en la sacristía de una parroquia de campo. Un monaguillo se sentó en el escalón del altar, con los pies colgando, mientras esperaba la misa. Tenía una paz en el rostro que ningún adulto podía fingir. Y pensé: así quiere Jesús que lo esperemos. No desde la ansiedad ni el control, sino con la confianza de quien sabe que alguien vendrá y lo abrazará.

En nuestras actividades pastorales no todo debe ser estructura. A veces, entre los cantos, las charlas y las planificaciones, conviene hacer espacio para la risa, para los gestos espontáneos, para esa alegría desordenada que solo un corazón libre puede generar.

No impidas que se acerquen:

A veces los impedimos no por mala voluntad, sino por miedo. Nos asusta el desorden, el ruido, el cuestionamiento. Pero Jesús no se molestó con los niños. Se molestó con los que les cerraban el paso. Por eso, este Evangelio es un llamado urgente a revisar nuestros filtros, nuestros miedos, nuestras normas no escritas.

No se trata de abolir el orden, sino de permitir que el amor lo preceda todo. Si el camino a Jesús se llena de advertencias, puede que dejemos fuera a quienes más lo necesitan.

El Reino es de quienes no lo dan por sentado:

Muchos adultos queremos explicar todo. A veces caemos en la trampa de querer entender a Dios antes de confiar en Él. Pero los niños nos enseñan algo crucial: no todo se comprende, pero todo puede abrazarse.

Quizá el Reino esté más cerca de quienes preguntan sin miedo, que de quienes responden sin corazón. Hoy Jesús vuelve a recordarnos que los pequeños no son los que saben menos, sino los que aman mejor.

Meditación Diaria: El Evangelio de hoy nos invita a revisar desde qué lugar vivimos nuestra fe: ¿desde el control o desde la confianza? Jesús no solo bendice a los niños, sino que los pone como ejemplo de acceso al Reino. En medio del ajetreo pastoral, conviene volver a lo sencillo, abrir espacio al asombro, y no impedir que nadie se acerque. Cada día es una oportunidad para confiar con la ternura de un niño. La Iglesia no necesita más filtros, necesita más abrazos. Y quizás, para empezar, el más urgente sea el que nos debemos a nosotros mismos. Porque cuando uno se deja abrazar por Jesús, todo empieza a sanar desde dentro.