La semilla que transforma la vida

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La semilla que transforma la vida

2025-09-20 Parábola del Sembrador 0

Lectura del santo evangelio según san Lucas (8,4-15):

En aquel tiempo, se le juntaba a Jesús mucha gente y, al pasar por los pueblos, otros se iban añadiendo. Entonces les dijo esta parábola: «Salió el sembrador a sembrar su semilla. Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, y los pájaros se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso y, al crecer, se secó por falta de humedad. Otro poco cayó entre zarzas, y las zarzas, creciendo al mismo tiempo, lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y, al crecer, dio fruto al ciento por uno.»
Dicho esto, exclamó: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Entonces le preguntaron los discípulos: «¿Qué significa esa parábola?»
Él les respondió: «A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de Dios; a los demás, sólo en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. El sentido de la parábola es éste: La semilla es la palabra de Dios. Los del borde del camino son los que escuchan, pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, para que no crean y se salven. Los del terreno pedregoso son los que, al escucharla, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan. Lo que cayó entre zarzas son los que escuchan, pero, con los afanes y riquezas y placeres de la vida, se van ahogando y no maduran. Los de la tierra buena son los que con un corazón noble y generoso escuchan la palabra, la guardan y dan fruto perseverando.»

Palabra del Señor.

Semillas en la vida cotidiana:

La parábola del sembrador nos recuerda algo muy sencillo: todos recibimos semillas a diario. No son solo frases bonitas o pensamientos inspiradores; son oportunidades reales de dejar que Dios transforme nuestra vida. En la parroquia lo vemos: alguien llega con ganas de servir, escucha una homilía, se anima a participar, pero a veces esas ganas se van apagando. El terreno no siempre está preparado.

Corazones distraídos:

Jesús habla de la semilla que cae en el camino y enseguida se pierde. En nuestro día a día esto pasa cuando escuchamos la Palabra, pero el ruido de la vida nos roba la calma. Puede ser la prisa, las notificaciones del teléfono, o simplemente el cansancio. Es un recordatorio para hacer silencio, dejar que lo escuchado baje del oído al corazón.

Terrenos pedregosos:

Hay quienes empiezan con entusiasmo, pero la fe se queda en lo superficial. Nos pasa cuando nos unimos a un grupo parroquial, pero después de la primera dificultad decimos: “Esto no es para mí”. En los movimientos apostólicos esto se nota: proyectos bonitos que empiezan y al poco tiempo se enfrían. Jesús nos anima a echar raíces, a no rendirnos al primer obstáculo.

Los abrojos del día a día:

El terreno con espinas representa las preocupaciones que nos ahogan. ¿Cuántas veces queremos orar, pero la mente se nos llena de cuentas por pagar o compromisos pendientes? O incluso el deseo de acumular y disfrutar sin medida. Es ahí donde necesitamos podar: aprender a soltar lo que sobra para que la semilla crezca.

Tierra buena en comunidad:

La buena noticia es que también hay tierra fértil. Lo vemos cuando una familia decide orar junta antes de la cena, cuando los jóvenes preparan una misión, o cuando alguien mayor, en silencio, sostiene la vida de la parroquia con su oración. Dar fruto no es hacer cosas extraordinarias, sino ser fiel en lo pequeño: visitar a un enfermo, escuchar con paciencia, sembrar esperanza donde otros ven rutina.

Meditación Diaria: Hoy Jesús nos recuerda que la semilla de su Palabra siempre llega, pero depende de nosotros darle espacio. En la vida diaria, esa semilla puede brotar en la oficina, en el mercado o en casa. La clave es preparar el terreno: cultivar la escucha, cuidar la oración y compartir lo que recibimos. No todos los días veremos frutos inmediatos, pero con perseverancia, la vida empieza a transformarse poco a poco. El trabajo en la parroquia, los grupos apostólicos y la vida comunitaria son campos fértiles para que esa semilla dé fruto abundante. Que este Evangelio nos inspire a cuidar nuestro corazón como tierra buena, confiando en que lo sembrado por Jesús nunca es en vano.