Cuando el corazón se inquieta por Jesús

Lectura del santo evangelio según san Lucas (9,7-9):
En aquel tiempo, el virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse, porque unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
Herodes se decía: «A Juan lo mandé decapitar yo. ¿Quién es éste de quien oigo semejantes cosas?»
Y tenía ganas de ver a Jesús.Palabra del Señor.

El desconcierto de Herodes:
Herodes escucha rumores. Oye que alguien habla con autoridad, que sana, que mueve a las multitudes. Y su corazón se inquieta, porque no logra poner nombre a esa presencia que le descoloca. Esa sensación también la conocemos nosotros. En la vida diaria, en la parroquia o en la comunidad, muchas veces escuchamos sobre cambios, nuevas iniciativas o propuestas que mueven nuestra rutina y nos hacen preguntarnos: ¿qué significa todo esto?
Los rumores de siempre:
En el evangelio vemos que la gente buscaba explicaciones: que si era Juan, que si Elías, que si un profeta antiguo. El corazón humano tiende a etiquetar lo que no entiende. También nosotros, en nuestras comunidades, podemos caer en esa costumbre de catalogar lo nuevo como algo sospechoso o simplemente reducirlo a comparaciones. Sin embargo, detrás de esos rumores había algo mucho más profundo: la presencia de Jesús, que no se deja encasillar.
El deseo de ver:
Herodes termina diciendo: “Tenía ganas de verlo”. Es curioso: en medio de su confusión y de sus temores, surge un deseo. No entendía del todo, pero algo en su interior lo impulsaba a buscar. Ese deseo lo encontramos también en las personas que se acercan a nuestros movimientos parroquiales o apostólicos. Puede que no tengan claro qué buscan, pero dentro llevan una inquietud que los mueve. Nuestro papel es acompañar esos deseos, no sofocarlos.
Jesús no se queda en la teoría:
Jesús no responde con explicaciones largas ni con debates. Jesús se deja ver en sus gestos: curando, compartiendo la mesa, tocando al que está al margen. Ese es el camino que podemos seguir en lo cotidiano: menos discursos, más cercanía; menos etiquetas, más gestos de bondad concreta. En la parroquia, esto significa abrir las puertas para que la gente se sienta en casa. En el trabajo comunitario, significa mirar con compasión al que llega tarde o al que no se atreve a hablar.
La invitación a nosotros hoy:
El evangelio nos muestra que la fe empieza muchas veces con una pregunta, con un rumor, con un deseo. No hace falta tenerlo todo claro. Lo importante es dejar que ese deseo nos acerque a Jesús. Y si nosotros ya lo hemos encontrado, nuestra misión es hacerlo visible, no con grandes teorías, sino con un estilo de vida que lo muestre en lo sencillo: en la paciencia, en la sonrisa, en la manera en que tratamos a los demás.
Meditación Diaria: Hoy la Palabra nos recuerda que el camino de la fe no comienza siempre con certezas, sino con preguntas. Herodes escuchó rumores y quiso ver. También nosotros escuchamos voces que nos desorientan, pero en el fondo hay un deseo de encontrar algo verdadero. Ese deseo es el espacio donde Jesús se hace presente. No es necesario tener todas las respuestas; basta con dejarnos guiar por esa búsqueda. En la vida comunitaria, la invitación es clara: no encasillar, no cerrar puertas, sino acompañar con paciencia y ternura a quienes llegan con dudas y preguntas. Jesús se muestra en la vida sencilla: en la mesa compartida, en la mano que ayuda, en la palabra que anima. Al final, lo importante es que el deseo de verle no se apague y que nuestra vida sea un reflejo de la presencia que tanto anhelamos.