Cuando la gracia pasa frente a nosotros

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,13-16):
En aquel tiempo, dijo Jesús: «¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafárnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha a mí me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado.»
Palabra del Señor.

Reconocer las oportunidades de Dios:
Este evangelio nos recuerda que no siempre valoramos las gracias que tenemos delante. Jesús reprocha a las ciudades porque, a pesar de haber visto milagros, no cambiaron su corazón. Algo similar pasa en nuestras comunidades: tenemos oportunidades para acercarnos a Dios en cada Eucaristía, en cada hermano necesitado, en cada servicio parroquial, y sin embargo muchas veces seguimos distraídos en lo urgente y dejamos lo esencial para después. El evangelio no nos golpea, nos despierta.
El trabajo parroquial como espacio de respuesta:
En la parroquia abundan esos pequeños milagros cotidianos. No son espectáculos grandiosos, pero sí signos claros: un joven que decide participar en catequesis, una madre que persevera en la oración por sus hijos, un grupo que prepara con cariño la liturgia dominical. Todo esto habla de la presencia de Dios en medio de nosotros. La pregunta es si los valoramos o pasamos de largo como lo hicieron las ciudades mencionadas. Cada tarea en la parroquia es un espacio para decir: “Aquí estoy, Señor, y quiero escucharte”.
Comunidades que se vuelven signo:
En los movimientos apostólicos, las palabras de Jesús resuenan con fuerza. Un grupo de jóvenes que dedica su tiempo a visitar enfermos, o una pastoral que organiza alimentos para familias en crisis, son señales que interpelan. Cuando respondemos con amor, mostramos que no rechazamos al que nos envía. Y al mismo tiempo nos convertimos en testimonio vivo para los que nos miran desde fuera, porque descubren que el evangelio no es solo un libro, sino una vida compartida.
Escuchar para transformar:
Jesús lo dice con claridad: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha”. Escuchar no es solo oír palabras, es dejar que lo que escuchamos transforme nuestras acciones. Escuchar al hermano que sufre, a la comunidad que necesita organización, a los líderes que proponen proyectos, también es escuchar a Jesús. En la vida parroquial y en los movimientos, esta actitud de escucha cambia el ambiente. Pasa de la queja a la cooperación, de la indiferencia a la solidaridad. La verdadera escucha abre caminos.
De la indiferencia a la gratitud:
El evangelio invita a no ser indiferentes. Quizás no hemos visto milagros como los de Corozaín, pero sí vemos cada día signos que confirman la presencia de Dios: la salud recuperada, la reconciliación en una familia, el servicio silencioso de alguien que no busca aplausos. Pasar de largo sería como rechazar a Jesús. La respuesta que se espera no es un discurso elaborado, sino una actitud agradecida, una disponibilidad sencilla que hace de lo ordinario un lugar de encuentro con lo divino.
Meditación Diaria: El evangelio de hoy nos llama a abrir los ojos y valorar lo que Dios nos regala en lo cotidiano. A veces esperamos grandes señales y olvidamos que el milagro ya está ocurriendo en las personas que tenemos cerca, en la comunidad que se reúne, en la palabra que se proclama. Jesús nos recuerda que escuchar a quienes nos hablan en su nombre es escucharle a Él. Hoy podemos elegir ser agradecidos, atentos y disponibles, para no dejar pasar la gracia como si nada. Que cada acción en la parroquia, cada gesto en la familia y cada compromiso en los movimientos apostólicos sea nuestra manera de decir: “Te escucho, Señor, y quiero responder”. La vida cambia cuando dejamos de dar por sentado los dones recibidos y empezamos a reconocerlos como la mejor oportunidad para crecer en fe y amor.