Ve y haz tú lo mismo: el verdadero sentido de amar

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

Ve y haz tú lo mismo: el verdadero sentido de amar

2025-10-06 Compasión 0

Lectura del santo evangelio según san Lucas (10,25-37):

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?»
Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?»
Él contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo.»
Él le dijo: «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida.»
Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús: «¿Y quién es mi prójimo?»
Jesús dijo: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: «Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta.» ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?»
Él contestó: «El que practicó la misericordia con él.»
Díjole Jesús: «Anda, haz tú lo mismo.»

Palabra del Señor.

Amar sin preguntar quién lo merece:

El Evangelio de hoy es una radiografía del corazón humano. Todos, alguna vez, hemos pasado de largo frente a alguien que necesitaba ayuda. No porque seamos malos, sino porque la prisa, el miedo o la comodidad nos ganan. Jesús no nos da una parábola para entretenernos; nos da un espejo. En ese camino de Jerusalén a Jericó estamos todos: unos heridos, otros apurados, otros fingiendo no ver. Y en medio, Jesús nos dice: “ve y haz tú lo mismo”. Es decir, ama sin preguntar si el otro lo merece.

La compasión que interrumpe la rutina:

El samaritano no tenía agenda para detenerse. No lo hacía por deber religioso, ni por quedar bien. Simplemente se conmovió. En la vida parroquial y comunitaria, eso marca la diferencia. Cuántas veces creemos servir porque asistimos a reuniones o preparamos eventos, pero pasamos de largo ante quien está solo o agobiado. La verdadera compasión es la que interrumpe nuestros planes para atender el dolor del otro. No es un sentimiento bonito; es una decisión concreta.

Los límites del deber y el salto del amor:

El sacerdote y el levita cumplían con su deber religioso. Pero Jesús enseña que el amor va más allá del cumplimiento. En nuestra vida de fe, no basta con hacer lo correcto si el corazón está cerrado. Hay voluntariados, ministerios, y movimientos que funcionan como relojes, pero a veces les falta ese gesto inesperado que devuelve la esperanza. Amar es ese “extra” que no figura en ninguna agenda, pero que hace visible el Reino de Dios.

Curar heridas con aceite y vino:

El samaritano no solo sintió compasión; actuó. Usó lo que tenía: aceite, vino, y su propia cabalgadura. En nuestra parroquia, el aceite puede ser una palabra amable, el vino una sonrisa o el tiempo que regalamos a quien no puede darnos nada a cambio. Jesús nos invita a hacer lo mismo: usar lo que tenemos para sanar, aunque sea un poco. Nadie puede curar todas las heridas del mundo, pero sí las que están al alcance de su mano.

Un amor que cuesta tiempo y dinero:

El samaritano incluso pagó por el cuidado del herido y prometió volver. Esa frase es preciosa: “te pagaré a mi regreso”. El amor verdadero siempre promete volver, no se desentiende. En la comunidad, amar cuesta tiempo, a veces dinero, y casi siempre incomodidad. Pero es el único camino que da sentido a la fe. Porque al final, no se nos preguntará cuántas veces fuimos al templo, sino cuántas veces fuimos prójimos.

Meditación Diaria: El Evangelio de hoy nos recuerda que ser prójimo no es una etiqueta, sino una acción. Jesús no define quién merece nuestro amor, sino cómo debe ser nuestra respuesta ante el dolor. Cada día, la vida nos pone heridos en el camino: un compañero cansado, un vecino olvidado, un hermano desanimado. La invitación es simple y profunda: detenernos, mirar, y hacer algo. No se trata de salvar el mundo, sino de no pasar de largo. Cuando nos dejamos conmover, el Reino se hace visible entre nosotros. Y entonces entendemos que la compasión no es debilidad, sino la forma más valiente de amar.