Más allá del ojo de la aguja: seguir a Jesús con el corazón libre

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

Más allá del ojo de la aguja: seguir a Jesús con el corazón libre

2025-08-19 Riqueza espiritual Verdadera Riqueza 0

Lectura del santo evangelio según san Mateo (19,23-30):

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el reino de Dios.»
Al oírlo, los discípulos dijeron espantados: «Entonces, ¿quién puede salvarse?»
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo.»
Entonces le dijo Pedro: «Pues nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»
Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna. Muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros.»

Palabra del Señor.

El ojo de la aguja y la vida en comunidad:

En una reunión del consejo parroquial, alguien comentó con cierto humor: “Padre, si el camello no puede pasar por el ojo de la aguja, nosotros tampoco pasamos por el portón de las prioridades del Reino”. Nos reímos, pero nos quedó dando vueltas esa imagen tan gráfica que usa Jesús. Porque no se trata solo de riquezas materiales, sino de todo lo que ocupa espacio en el alma y no deja lugar para Dios: el orgullo, las comparaciones, el deseo de tener la razón en todo, incluso dentro de la parroquia.

Cuando Jesús habla del rico, nos está invitando a revisar qué tanto peso tienen nuestras seguridades, incluso las “buenas”, como nuestras rutinas pastorales, nuestros cargos, nuestras formas de hacer las cosas. A veces, lo que creemos que es fidelidad, en realidad es apego. Y por ese tipo de “riqueza” también se nos complica el paso.

Lo que dejamos… y lo que ganamos:

Pedro, tan humano como siempre, suelta la pregunta que todos tenemos en la cabeza: “¿Y nosotros qué ganamos?” No lo juzguemos. Es una pregunta válida cuando uno ha dejado tiempo, energía, familia, vacaciones o comodidades por servir a la Iglesia, en los movimientos apostólicos, en la catequesis, en Cáritas, en el coro o en tantas otras entregas cotidianas.

Y la respuesta de Jesús no es una reprimenda, sino una promesa: “Cien veces más… y vida eterna”. Pero el “más” de Jesús no se mide en cuentas bancarias ni en reconocimientos. Ese “más” se manifiesta en la paz de quien acompaña a una familia en duelo, en la alegría de ver crecer a un grupo juvenil, en la esperanza que se enciende cuando alguien se siente escuchado. Ahí está el premio.

Lo imposible que se vuelve posible:

A veces uno se agota. Llega el momento en que pensamos: “Esto no tiene remedio”. Ya sea por conflictos en la comunidad, por indiferencia, por el cansancio acumulado, por la sensación de que las cosas no avanzan. Y ahí Jesús mira a los suyos —nos mira a nosotros también— y dice: “Para los hombres es imposible, pero para Dios todo es posible”.

Esto no es una frase de autoayuda. Es una declaración real de cómo actúa Dios: en lo pequeño, en lo que parece estancado, en lo que ya no esperamos. Por eso conviene seguir sembrando, aunque no veamos frutos inmediatos. Porque el Reino no depende de nuestras fuerzas, sino de su fidelidad.

Los últimos que sorprenden:

Esa frase final, “muchos últimos serán primeros”, siempre descoloca. Nos recuerda que en el Reino no hay jerarquías como las nuestras. La señora que limpia el templo en silencio, el joven que acompaña a su abuela todos los días, el catequista que no aparece en las fotos pero sostiene a su grupo con amor, todos ellos quizás están más cerca del trono que los que nos sentamos en las reuniones y firmamos papeles.

Y esto no es para sentirnos menos, sino para ajustar la mirada. En el Reino, el valor no está en el brillo externo, sino en el amor escondido. A veces, los gestos más sencillos son los que tienen más peso.

Meditación Diaria: Hoy Jesús nos invita a mirar más allá de las apariencias. No se trata de contar lo que dejamos, sino de vivir con libertad interior. El Reino se abre a quienes no van cargados de sí mismos. No se trata de ser pobres por fuera, sino livianos por dentro. Jesús no exige abandonarlo todo para hacernos sufrir, sino para que seamos verdaderamente libres. Quien deja algo por amor, recibe mucho más de lo que esperaba, pero no siempre de la forma que imaginaba. En la vida parroquial, en los movimientos, en la comunidad, esa lógica del Reino sigue activa: los pequeños gestos multiplican el amor. Hoy, más que contar nuestras renuncias, contemos nuestras alegrías por servir, aunque sea en lo escondido. Y sigamos adelante, sabiendo que en los ojos de Dios, los últimos muchas veces llevan la delantera.