Cuando Jesús camina contigo sin que lo sepas

Ayudemos a Manuel Mano Galarza

Cuando Jesús camina contigo sin que lo sepas

2025-04-23 Camino de Emaús Jesús resucitado 0

Lectura del santo evangelio según san Lucas (24,13-35):

Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana la sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Palabra del Señor.

La tristeza que camina con nosotros:

Dos discípulos caminan hacia Emaús, y sus pasos no son ligeros. Llevan en el alma el peso de una esperanza rota. Habían creído en Jesús, lo habían seguido, y ahora solo queda el eco de su ausencia. Cuántas veces también nosotros caminamos así, con el rostro abatido y el corazón lento para comprender. En medio de la rutina, de los compromisos del trabajo en la parroquia o de las tareas diarias en la comunidad, llevamos nuestros propios silencios, decepciones, preguntas sin respuesta. Y sin embargo, algo sucede en ese camino. Aquel forastero que se les acerca no los señala ni los corrige. Camina con ellos, los escucha, los acompaña.

La paciencia de quien entiende nuestra confusión:

Jesús no se impone. Se hace compañero. No se presenta con milagros ni discursos, sino con el simple gesto de caminar a su lado. Ese detalle tan humano tiene un poder inmenso: convierte un trayecto de desesperanza en una oportunidad de encuentro. En nuestra vida parroquial, en los grupos apostólicos, a veces estamos tan centrados en hacer cosas que olvidamos lo esencial: acompañar. Caminar junto al otro, aunque no tengamos todas las respuestas, aunque también tengamos dudas. El Señor no nos pide que seamos sabios, sino disponibles.

El fuego que arde cuando se nos explica la vida:

En medio del camino, Jesús les explica las Escrituras. No lo hace desde el púlpito, sino mientras andan. Ese es el modo en que muchas veces Dios nos habla: entre los pasos cotidianos, cuando lavamos los platos, cuando viajamos en la guagua, cuando preparamos una reunión de grupo. Algo arde dentro de nosotros cuando alguien nos recuerda que la historia no termina en la cruz. Y no es un fuego cualquiera: es el fuego del sentido, de entender que no estamos solos, que nuestras heridas no son en vano.

El gesto que lo revela todo:

Y llega el momento decisivo. Al sentarse a la mesa, Jesús parte el pan, y en ese gesto todo se ilumina. Es en lo sencillo donde Él se muestra. En el pan compartido, en el café servido con cariño después de una reunión de comunidad, en la visita inesperada que reconforta. Ese momento transforma a los discípulos. No necesitan más explicaciones, no necesitan pruebas. Basta el gesto, porque el amor verdadero se reconoce más por lo que hace que por lo que dice.

Volver al camino con alegría renovada:

Después del encuentro, los discípulos regresan. Vuelven al mismo lugar de donde huían. Pero ya no es por temor, sino para compartir lo vivido. Ese regreso habla de misión. Porque quien ha sentido el corazón arder y ha reconocido a Jesús en lo cotidiano, no puede quedarse callado. En nuestros movimientos parroquiales, en las pequeñas comunidades, esta es la clave: no se trata de sumar actividades, sino de testimoniar con alegría que lo hemos visto, que sigue vivo, que camina con nosotros.

Meditación Diaria: Hoy el Evangelio nos recuerda que Jesús no se presenta de manera espectacular, sino como caminante silencioso a nuestro lado. A veces no lo reconocemos porque nuestra tristeza o nuestras ocupaciones nos ciegan, pero Él está ahí, explicando pacientemente nuestras dudas y partiendo el pan en gestos cotidianos. Esta es una invitación a abrir los ojos, a dejar arder el corazón y a reconocerlo en cada hermano que camina a nuestro lado. Y cuando lo hagamos, como los discípulos de Emaús, sentiremos la urgencia de volver a la comunidad y decir: “Lo hemos visto, está vivo, y su Palabra enciende la vida”.